Hace un día de invierno. Miro por la ventana y la niebla no me deja ver las cimas de las montañas. La calle está mojada. No llueve, pero intuyo que hoy es uno de esos días en los que la humedad se te instala en el cuerpo y no hay manera de sacarla.
Estoy hecho polvo. Llevo un resfriado encima que no me tengo en pie y en parte se lo debo a este tiempo. Puedo oler el aroma del café y unas voces que llegan de la cocina. El desayuno está listo y decido sumarme al banquete. Me siento en la mesa después de haber dado los buenos días a todos y sin darme cuenta me aíslo de la conversación, mientras cuento las galletas que alguien se ha entretenido a untar con Nutella y a emparejar de dos en dos. Sin querer multiplico esos sándwiches por dos: ocho por dos, dieciséis galletas. ¡No está mal! Un buen desayuno. Dieciséis galletas. La raíz cuadrada de dieciséis es cuatro. ¿Se lo explico a mi hermana o aún es demasiado pequeña para entenderlo? Así parece fácil, pero si hablamos de galletas con Nutella, tal vez me pregunte si el cuadrado será de Nutella o sólo de galletas. Mejor lo dejo.
Tengo el tenedor en las manos, acabo de hincárselo al ultimo trozo de kiwi y me entretengo contando los dientes que tiene: cuatro, cuatro dientes. La raíz cuadrada de cuatro es dos. ¿Qué pasaría si existieran tenedores con cuatro dientes al cuadrado? ¿Qué forma tendrían? ¿Cuatro dientes grandes y cuatro de más pequeños incrustados en la parte alta de los primeros? La mesa está llena de sugerencias matemáticas y eso me recuerda que tengo una cantidad contable de tareas por terminar.
He pasado más de media mañana sentado delante del escritorio terminando el trabajo y repasando los temas de un examen. Necesito hacer un descanso. Me noto la cabeza cargada, la nariz destrozada de tanto sonarme y el pecho dolorido de tanto toser.
Se han ido todos. No hay nadie en casa. Pongo en marcha el ordenador, selecciono una lista de reproducción de canciones que tengo en Itunes y me tumbo en el sofá con la intención de relajarme un poco. Siempre que puedo me coloco en la misma posición y por tanto el campo de visión es el mismo, pero hoy algo me distrae, me fijo en las estanterías, llenas de libros y veo unos cuantos colocados formando un ángulo curioso. Ángulo, en geometría, es la zona comprendida entre dos semirrectas de origen común. La palabra ángulo viene del latín, y significa rincón. Aunque angulus, diminutivo de angus, no viene del latín, sino del griego y quiere decir doblado, torcido, curvado.
¿Qué sería de las matemáticas sin el lenguaje? ¿Cómo designaríamos o nombraríamos los símbolos, los números, las formas, las figuras, y viceversa? Cuánto se perdería si sólo pudiésemos nombrar un conjunto sin a la vez representarlo, por no hablar de no poder expresar una ecuación después de haber leído su planteamiento. Cuántos teoremas sin fórmulas o fórmulas sin teorías y explicaciones. Por no hablar del espectáculo de tener que privarnos de la geometría. Leo la palabra triángulo y en un acto reflejo su forma me viene a la cabeza, igual que con el cuadrado, el rombo, etc., y lo mismo me ocurre si la primera visión es la figura, acto seguido, las letras que forman su nombre aparecen en mi mente.
¿Qué me decís del símbolo o expresión matemática, como más os guste, que representa la raíz cuadrada? Podría ser una “v” mayúscula que proclama la “victoria” del número que encontramos dentro, aunque acabe teniendo el mismo valor del que elevamos al cuadrado. O por qué no, la representación de una montaña invertida, una cima abierta al infinito, abierta al descubrimiento…
En realidad, dicen que el símbolo de la raíz cuadrada es una forma estilizada de la letra “r” minúscula, que ha sido alargada por este trazo horizontal, hasta terminar con el aspecto que tiene ahora y que representa la palabra radix, que en latín quiere decir raíz.
Vuelvo a ese ángulo curioso, resultado de la posición de algunos libros de la estantería, y me levanto para observarlo más de cerca. El título de un libro me llama la atención: “La soledad de los números primos”. ¿La soledad de los números primos? ¿Quién debe haber escrito un libro con un título así? Paolo Giordano es el nombre del autor. Un italiano de 33 años, licenciado en Física Teórica, y profesor de universidad, que a los 26 años escribió ésta, su primera novela, publicada y traducida a veintinueve idiomas.
Los números primos son los números naturales diferentes de 1 que cumplen la propiedad de que sólo son divisibles entre ellos mismos y entre 1. Los números primos menores de 50 son: el 2, el 3, el 5, el 7, el 11, el 19, el 23, el 31, el 37, el 41, el 43 y el 47. Hasta aquí parece muy claro, pero Mattia, el protagonista del libro de Giordano, dice que entre los números primos hay algunos que son especiales y que los matemáticos llaman “primos gemelos”. Son parejas de números primos que están de lado, más bien dicho, casi de lado, porqué entre ellos siempre hay un número par que les impide realmente tocarse.
Bien, sigo leyendo y el caso es que Giordano, ha construido una historia entre dos personajes que eran dos “primos gemelos”, como los números, que estaban solos y perdidos, dice que cercanos, pero no lo suficiente como para realmente llegar a tocarse.
Cuando mi familia regrese a casa, tengo que preguntarles si alguno ha leído el libro, y si es así, que me explique con más detalle de qué va.
De nuevo veo una relación, no me atrevería a decir indivisible, pero si muy importante, entre el lenguaje y las matemáticas, o tal vez debería expresarlo al revés.
Me despierta el tono de un teléfono que está sonando, no llego a tiempo de descolgar, debo haberme quedado dormido. Tengo la sensación de que ha transcurrido mucho tiempo, creo incluso haber soñado. Sí, un sueño un tanto extraño: figuras geométricas, fórmulas matemáticas, raíces cuadradas … debe ser la fiebre, tendré que acabar yendo al médico, este resfriado parece que va a más y me está haciendo delirar.