¡Hola!
Cuando decidí crear esta categoría en el blog, fue con la intención de compartir mis experiencias como emprendedora, y que estas, pudieran ser de ayuda para otros que como yo, decidieron un día emprender un negocio, cambiar de orientación profesional, o convertir su pasión en su forma de vida.
Pero no puedo escribir ni una letra más sin decirte qué es para mi emprender.
Creo que como tu, soy una “emprendedora de la vida”.
Recuerdo la primera vez que volé sola en avión. Tenía once años. Mi tío se había empeñado en que su sobrina (es decir, yo) que por aquel entonces vivía en Barcelona, fuera a visitarles a Alemania durante las vacaciones de verano y con ello, a parte de cambiar de aires y conocer lugares nuevos, disfrutase de unas semanas junto a toda la familia y en especial junto a mis queridas primas, Anita, de mi edad, y Cristina, dos años menor que yo.
Cuando mis padres me pusieron al corriente de esa posibilidad, sin pensarlo ni un segundo, les supliqué que me dejasen ir. Por supuesto su respuesta no fue inmediata. Valoraron los pros y los contras y trataron de que yo también fuera consciente de ellos, pero a esa edad creo que todos somos valientes y yo no veía ningún inconveniente ni ningún riesgo.
A los pocos días el cartero trajo a casa un sobre con un billete de ida y vuelta con destino Barcelona – Stuttgart – Barcelona. Era mi primer billete de avión. Mi primera aventura en solitario.
Me senté en la cama con el billete en la mano y traté de imaginar cómo iba a ser esa aventura que iba a iniciar a los pocos días.
Podía haberme obsesionado pensando que mis padres iban a dejarme delante del control de pasaportes del aeropuerto de Barcelona y el resto, hasta subir al avión, era cosa mía. Pensando que iba a ser mi primera vez en la terminal de un aeropuerto, así que, tendría que localizar el panel con los horarios de salida por si el vuelo llevaba retraso, la puerta de embarque, los servicios, pues todo lo que sabía sobre los W.C. de los aviones lo había visto en una película y mejor si esa necesidad me la podía ahorrar. Con la idea de que iba a volar con Lufthansa, una compañía alemana con una tripulación que iba a hablar más alemán que otra cosa. Por no hablar de todos los letreros que iba a encontrar nada más llegar al aeropuerto de Stuttgart y que sólo iban a estar escritos en alemán y con un poco de suerte en inglés. Mis primas tenían once y nueve años y no hablaban mucho español, mi tía es austríaca y por suerte decidió estudiar el idioma en cuanto conoció a mi tío, y entre sus recetas también había unos cuantos platos típicos mediterráneos. Las amigas de mis primas eran alemanas, y estaba claro que yo no iba a pasar desapercibida entre ellas pues tenía el cabello castaño, los ojos de color marrón y era bastante más efusiva que esas chicas nórdicas. Pero …. en lugar de todo eso os diré qué hice.
Cuando me despedí de mis padres en el aeropuerto fue como si me hiciera mayor en cuestión de segundos, me sentí una adolescente privilegiada a la que habían dado la oportunidad de demostrar que era capaz de salir victoriosa de esa aventura. Me paseé por la terminal como si lo hubiera hecho todo mi vida, como si conociera cada rincón palmo a palmo, localicé el panel con los horarios, la puerta de embarque, los servicios y hasta fui al quiosco y curioseé algunas revistas. Y aunque sabía que tenía que hacer buen uso del dinero que llevaba, decidí gastar las primeras pesetas de mi presupuesto en una Coca Cola que saboreé en la cafetería, mientras observaba a otros viajeros que iban y venían.
Nada más subir al avión me esperaba una azafata muy amable, a la que después de que me colgase en el cuello un sobre plastificado que contenía mis datos y el resto de mi documentación, le regalé una sonrisa al tiempo que le daba las gracias. Creo que le caí bien pues en un castellano perfecto me preguntó si quería ver la cabina del piloto. ¿Qué, la cabina del piloto? Pues claro que quería ver la cabina del piloto. Y si con eso no tuviera suficiente, como el avión no iba lleno me acomodaron en primera clase. Recuerdo ese vuelo como una de las grandes experiencias de mi adolescencia. Me porté como una auténtica viajera. Por aquel entonces en el precio del billete iba incluida la comida, acompañada con cubiertos de acero inoxidable en los que estaba grabado el logotipo de la compañía. Me lo comí todo. Hice mis primeras fotos aéreas con una de esas cámaras que ya casi nadie recuerda, sabiendo que hasta que no regresara a Barcelona no podría revelar el carrete y ver el resultado. No tuve que preocuparme de carteles escritos en alemán o en inglés, pues gracias a que mi tío trabajaba en la compañía, nada más poner el pie en la pista le vi allí esperándome. Mi tía disfrutó cocinando comidas típicas españolas y aprendiendo de mi pronunciación. Mis primas resultaron ser unas anfitrionas encantadoras, y aunque trataron de enseñarme demasiado alemán en pocos días, me fui de allí habiendo aprendido lo suficiente para saludar a la tripulación en el viaje de vuelta, dar las gracias y pronunciar algunas frases más. Las amigas de mis primas eran alemanas, sí, pero con muchos curiosidades que las hacían interesantes, al final, los niños, los adolescentes, son casi iguales en todos los sitios y como yo era la novedad, me trataron como a una reina. Quien se llevó más trabajo fue Anita pues pasó gran parte del tiempo traduciendo.
¿Qué he querido decirte con todo esto?
Pues que mi actitud podría haber sido la de una niña con miedo, con pánico a lo desconocido, con de falta de decisión. Podría haber renunciado a ese viaje afirmando ver inconvenientes y peligros donde no los había, pero en vez de eso, decidí enfrentarme, decidí aprovechar la oportunidad, decidí, a los once años, que había llegado el momento de empezar a ser una “emprendedora de la vida”.
La actitud es una de las cosas más importantes para llegar a cualquier objetivo que te propongas, ya sea personal o profesional. Valora esos pros y esos contras, si los hay, pero tratando siempre de ver su lado positivo. Saca fuerzas de donde sea, porqué las encontrarás, y sobretodo, cree en ti.